El Señor de la Humanidad nº 4154 by Aaron Dembski-Bowden

El Señor de la Humanidad nº 4154 by Aaron Dembski-Bowden

autor:Aaron Dembski-Bowden [Aaron Dembski-Bowden]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788445007891
editor: Minotauro
publicado: 2019-10-24T00:00:00+00:00


Así que eso era el dolor. Eso era la descreación. El demonio del primer asesinato sintió que estaba siendo destruido, pero el acedo de una cacería frustrada seguía siendo delicioso. Estar atrapado de aquel modo, ser derribado por la ira mortal. Eso era el dolor.

«Escapa. Sobrevive.» Lo que cruzó su mente lo sumió en una voraz espiral de instintos primarios. «Escapa. Sobrevive. Escapa. Sobrevive.»

Atacaron de todos modos. Cientos de demonios yacían muertos disolviéndose, y pronto se convertirían en miles, pero los supervivientes atacaron de todos modos. Respondieron a todos y cada uno de los bramidos de la criatura alfa, se separaron de la manada que estaba siendo abatida y se abalanzaron contra los robots más cercanos que les impedían escapar. Los autómatas cayeron como meros cascarones humeantes que explotaban. Los demonios estallaron con ellos, sacrificándose de buena gana por el capricho de su jefe supremo.

La criatura, el Fin de los Imperios, llegó a la primera fila de custodios. Allí se topó con las lanzas perforadoras y las hachas cortantes de los Diez Mil y las Hermanas del Silencio, haciendo caso omiso de los primeros golpes mientras se convertía en un ser quimérico con extremidades serpenteantes inquietas y garras curvas. Mató incluso mientras su sangre etérea se derramaba de su figura destrozada. Mató incluso mientras le arrancaban pedazos de carne candente de su cuerpo, dejando al descubierto las partes en las que una verdadera bestia hubiese tenido huesos.

Muchos de los autómatas de batalla Castellax avanzaron con paso pesado y atacaron a la criatura junto con los humanos, desgarrando la carne cubierta de icor del demonio con sus ruidosas sierras y puños industriales. No servían de mucho, pues sus cráneos y corazas estaban magullados y estropeados, y los componentes internos vitales habían sido extirpados en puñados de vida artificial impregnada de fluidos. Explotaron, bañaron al demonio en metralla arrancatripas y llamaradas petroquímicas y, aun así (aun así), siguió matando.

Adoptó formas distintas, transformándose y buscando, por encima de todo, ser lo más letal posible. El instinto de supervivencia y la sed de sangre se unieron para proporcionarle la fuerza necesaria tras cada cambio, a la vez que intentaba escapar de aquella jaula matando a aquellos que lo habían atrapado allí.

Los custodios retrocedieron, y las Hermanas también. El demonio les dio caza, atacándolos embargado por el pánico, haciendo todo lo necesario por zafarse de aquella emboscada. Se abalanzó sobre los mismos seres que lo estaban masacrando, pues huir de ellos significaba una destrucción más rápida. Se derramó sangre humana. Varias extremidades doradas se desplomaron sobre el suelo. Las hachas cayeron de manos muertas.

Ra y Jenetia contraatacaron exactamente en el mismo segundo. El custodio atravesó aquella masa informe con su lanza, hundiéndola cada vez más hasta alojarla en su interior y descargar el bólter dentro del cuerpo. La hermana comandante clavó su espada de dos manos junto a la lanza de Ra y le abrió una herida similar. Sobre los dos cayó un torrente de mugre hirviendo que quemó sus armaduras y les dejó la piel al descubierto en algunas zonas.



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